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No todos pueden hacer un buen ramen

Hay restaurantes que apuestan por la autenticidad y hay otros que se suben al tren de la moda sin respetar las señales del camino. Tokio Sushi Bol, ubicado en Cancún, parece formar parte del segundo grupo. Y no lo digo con ligereza, sino después de una experiencia gastronómica que intentó tocar las notas de un buen ramen, pero terminó desafinando en casi todos los tonos.

Pedí el ramen tradicional de res y pollo con la expectativa —ingenua, lo admito— de encontrar ese abrazo cálido que sólo un buen caldo puede ofrecer. Lo que recibí, sin embargo, fue una bofetada salada: el caldo resultó excesivamente cargado de sodio, de esos que uno siente más en las sienes que en el paladar. Los fideos, lejos de la textura artesanal que caracteriza a un ramen auténtico, parecían salidos de un sobre de supermercado. No sólo reforzaban la sensación de estar comiendo algo instantáneo, sino que también absorbían y multiplicaban la salinidad, haciendo que cada bocado fuera un reto más que un deleite.

Otro desatino importante fue la forma en la que presentaron las proteínas. En lugar de las láminas delicadas o la pieza bien cuidada de pollo o res, lo que llegó a la mesa fueron trozos rústicos, desiguales, como si hubieran sido lanzados al tazón con prisa. Un ramen no es sólo sabor; es también estética, proporción, respeto por el oficio.

El caldo, además, estaba a años luz de parecerse a un tonkotsu, esa joya japonesa cocida durante horas hasta alcanzar una untuosidad digna de culto. Aquí, lo que se sirvió fue un líquido salado y genérico, más cercano a un fondo de sopa improvisado que a un verdadero ramen. Los narutos y el alga —elementos que deberían ser sutilezas en el juego de sabores— llegaron cortados en piezas tan gruesas que su sabor se impuso de forma brusca, sin permitir matices.

Para rematar, el té de frutos rojos —que en otros contextos puede ser un gran aliado para equilibrar sabores intensos— estaba tan empalagoso que más parecía un jarabe. En lugar de compensar la agresividad del ramen, lo empujó aún más hacia una saturación gustativa que terminó por hacerme dejar el tazón sin terminar. Algo que, como amante de la cocina japonesa, me duele confesar.

Y es que el ramen, aunque en apariencia sencillo, es uno de los platillos más complejos de ejecutar correctamente. No basta con tener el tazón, los fideos y una proteína flotando: se necesita tiempo, técnica, y sobre todo respeto por una tradición que se ha perfeccionado durante siglos. Cuando un restaurante decide ofrecer ramen, entra en una liga seria, y si no está listo para jugar en ese nivel, termina exponiendo más sus carencias que sus aspiraciones.

Tokio Sushi Bol tiene potencial —su menú ofrece otras opciones que quizás valga la pena explorar—, pero si va a insistir en ofrecer ramen, sería deseable que replanteara su receta desde la raíz: menos sal, más cocción; menos atajo, más compromiso.

Porque Cancún, con su vibrante mezcla de culturas y turismo cosmopolita, merece una oferta de ramen que no sólo se vea bonito en Instagram, sino que también sepa a Japón.

Calificación: ⭐⭐

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